Refundación
ilusa – S. J. Luis Ugalde
Vivimos
horas amargas de angustia, incertidumbre y frustración nacional y es lógico que
muchos sueñen con una refundación para que nazca una nueva república. El
desesperado enfermo quiere salud y vive la tentación de creer a quien le
ofrezca pastillas milagrosas que con fe producen repúblicas felices, de hombres
y mujeres nuevos. Pastillas con constituyentes y constituciones de papel, de
las que en Venezuela ya hemos tenido más de dos docenas y casi todas terminaron
en frustración. Aquí las cosas van mal no por culpa de la Constitución, sino
porque el poder la secuestró y la viola permanentemente y ha comprado las
virtudes ciudadanas, por un plato de lentejas a los pobres y por un saco de
dólares a las alturas del poder. La desesperación es mala consejera y ahora se
corre el peligro de ilusionarse con otra refundación milagrosa, o pensar que el
mal está fuera de nosotros, en un millar de políticos y no en millones de
venezolanos resistidos a cultivar exigentes virtudes republicanas, abandonando
ilusiones evasivas ofrecidas en los bellos papeles de una nueva Constitución.
Vemos cuatro pilares sin los cuales no hay República:
1-
Venezuela
somos los venezolanos y vale por lo que somos los venezolanos, no en primer
lugar por sus recursos naturales y bellos paisajes.
2-
Políticamente
seguiremos siendo indigentes mientras el poder siga violando los derechos
constitucionales y no construyamos un espacio público común donde nos
reconozcamos todos con nuestros deberes y derechos.
3-
Económicamente
necesitamos reconocer la grave pobreza productiva actual, fomentada por un
gobierno, dueño de una inmensa “riqueza petrolera” no producida, que se
proclama Estado-gobierno comunista, repartidor dadivoso a discreción, a cambio
de lealtad clientelar.
4-
Educativamente
necesitamos apostar por el desarrollo de la verdadera riqueza que es el talento
perdido o dormido de millones de venezolanos. Educación que brinde a cada
venezolano la oportunidad de desarrollar su dignidad y poner a valer su talento
y esfuerzo creativo con la convicción de que la clave de su pobreza o riqueza
está en ellos. Es indispensable crear instituciones y una plataforma educativa
pública que active todas las fuerzas sociales plurales (no solo el
funcionariado gubernamental y partidista) para brindar educación de verdadera
calidad y oportunidades para el desarrollo.
Las
frágiles instituciones públicas vienen siendo bombardeadas sistemáticamente con
el pretexto de destruir el “Estado burgués” y se corrompen las instituciones
democráticas y las virtudes ciudadanas, sin las cuales no hay república. Esta
enfermedad no es nueva, pero se agravó en el siglo XXI por haber entregado el
espacio público y todos los poderes a irresponsables portadores de ilusiones
refundadoras y voluntaristas que prometen felicidad gratis a cambio de un
cheque en blanco, con seguimiento y fe ciega en el caudillo que concentra el
poder.
Con medio
país contra la otra mitad, no hay salida. Es indispensable que cada uno
reconozca al otro, sus necesidades, dignidad y legítimas aspiraciones, para
convivir y construir puentes de encuentro y de esfuerzo común. No hay paz ni
futuro sin esta nueva actitud espiritual hacia el reencuentro y a la
reconciliación que transforme la vida política de millones de venezolanos. No
habrá liderazgo valioso político, económico, ni religioso sin esta novedad.
Necesitamos realismo crudo y duro, pero cargado de esperanza transformadora.
Asumir la realidad actual, sin ilusiones políticas evasivas, ni religiones
políticas que combinan magia con irresponsabilidad, ni éticas de grandes
palabras con saqueo público cotidiano. Reconociendo la dura realidad y sus
males sin disfrazarlos, y cultivar la esperanza en el corazón de los que más
sufren y no en promesas de refundación ni en “repúblicas aéreas” que vienen en
papeles y constituciones carentes de raíces en la realidad misma.
La falta de
unión con visión, y de grandeza espiritual en este tiempo crucial tendrá
gravísimas consecuencias. No olvidemos la sabia sentencia del Libertador en el
año decisivo de 1816: “El sistema militar es el de la fuerza y la fuerza no es
gobierno”. La solución al actual sistema militar y de fuerza no está en otro
militarismo. No obstante, el rescate de la democracia civil no se dará sin una
decidida voluntad civilista en los propios militares.