Venezuela anómica
Por Fernando Mires | 7 de octubre, 2014 0
La horrible muerte del joven diputado del PSUV,
Robert Serra, ha causado impacto. Pero todos saben en Venezuela de que no se
trata de un caso de excepción sino, aunque parezca pavoroso, de perfecta
normalidad.
Cientos, miles de personas son asesinadas en calles
y casas venezolanas. De vez en cuando el cuchillo artero o la bala mercenaria
alcanza a algunos personajes públicos. Puede ser una Miss como Mónica Spear o
un político popular como Robert Serra. Entonces el país se conmueve y llora.
Dura poco. La cosa sigue igual, nadie hace nada en contra, el gobierno menos, y
los cadáveres continúan atestando los patios de la morgue. Al comenzar cada
día, los medios dan a conocer la cantidad de asesinados como si fueran los
números de la quiniela.
Todos saben que el crimen se ha apoderado de
las calles y de que hay territorios controlados por maleantes, dirigidos no
pocas veces desde las mismas cárceles. Y todos saben también que Venezuela es
un país socialmente desarticulado y políticamente polarizado, es decir, uno que
padece dos alteraciones colectivas –disociación y polarización– que si fueran
individuales, bastaría para encerrar a alguien en una clínica.
Naturalmente, el concepto “sociedad” no pasa de
ser en Venezuela un significante vacío; o un simple recurso retórico. Como la
palabra “hampa” que de tanto ser usada ya no dice nada. “A mi sobrino lo mató
el hampa” ya es casi lo mismo que decir “el pobre se murió de una pulmonía”.
Una sociedad en estado de no-sociedad es una
alteración diagnosticada por la sociología clásica con el término “anomia”. El
termino fue acuñado por Emile Durkheim y ha hecho exitosa carrera en los
institutos de sociología. Anomia, en su acepción más general, define un estadio
de desintegración entre normas y leyes con respecto a las conductas de los
habitantes de una nación.
Importante es destacar que anomia no es igual a
pobreza. Por cierto, la anomia encuentra condiciones óptimas para desarrollarse
allí donde impera la pobreza extrema, o miseria. Sin embargo, hay naciones
pobres que no son anómicas. Bolivia, por ejemplo, es un país pobre, pero el
complejo tejido de unidades étnicas, y el enorme peso del sindicalismo obrero,
hacen imposible hablar de una nación anómica. Venezuela, caso opuesto, está
lejos de ser, aún bajo el imperio del “socialismo del siglo XXl”, una de las
naciones más pobres de la región. No obstante, es la más anómica de todas.
En sentido estricto tampoco la anomia es
sinónimo de alta criminalidad. La criminalidad puede llegar a ser una de las
consecuencias más visibles de la anomia, pero no es su condición necesaria.
Criminales hay en todos los países del mundo y como tales son designados
aquellos que viven al margen de la ley. La diferencia es que en los países
anómicos los criminales no viven al margen pues en ellos cumplir la ley es la
excepción y su no acatamiento es la regla. El caso de Venezuela es aún más
grave. Allí las leyes son órdenes que emanan desde el gobierno, es decir, la
anomia ya alcanzó al, y viene desde el, gobierno. Es un caso único en América Latina.
En la Venezuela de hoy alguien puede ir preso
sin haber cometido ningún delito (caso López, entre tantos). Más todavía,
Venezuela debe ser uno de los pocos países del mundo en el cual sus autoridades
dictaminan sentencias sin que existan investigaciones y juicios previos.
“Te voy a meter preso” era una de las frases
preferidas del presidente muerto, quien, además, las cumplía. Sus herederos
continúan el ejemplo. El caso del capitán Cabello es prototípico. Cuando se
refiere a Capriles lo llama “el asesino Capriles” y todos sus seguidores
piensan que referirse así a un gobernador elegido por alta mayoría es lo más
natural del mundo. En un país no anómico, en cambio, Cabello habría sido
destituido por calumnia, difamación y uso indebido de poderes.
Si hubiera que comparar la anomia con un
fenómeno biológico podría decirse (aunque con cuidado) que la anomia es lo más
parecido a un cáncer con complejas ramificaciones. En ese sentido Venezuela
representa un caso de anomia radical. Por una parte, su condición rentista
determina que gran cantidad de personas profiten bajo el alero del “Estado
Mágico” (Coronil) sin crear entre sí relaciones sociales. Así, Venezuela ya no
es, como son la mayoría de los países del mundo, un “estado-nación”, sino
exactamente lo contrario: una “nación-estado”.
Por otra parte, la anomia venezolana –hasta la
llegada de Chávez, una característica social– se ha transformado bajo el
chavismo en anomia política, fenómeno nunca imaginado por Durkheim. Esa es la
razón por la cual el Parlamento, la Justicia, así como los organismos
estatales, incluyendo al Ejército, no adecuan su funcionamiento a la
Constitución sino a decisiones de la cúpula estatal. El gobierno, bajo estas
condiciones, no gobierna; solo manda. El gobierno es una simple jefatura.
Podría pensarse que la radical anomia política
que vive Venezuela es resultado del avance populista producido por el chavismo.
Sin embargo, si analizamos al fenómeno populista venezolano, tendríamos que
concluir en que eso no es así. La razón es que el populismo es una forma de
integración (Laclau) y no de desintegración política.
El populismo es una forma de la política. Una
entre otras. Luego, lo que hoy comprobamos al observar el modo de
funcionamiento del gobierno Maduro, no es un avance del populismo, sino su
misma desintegración. Maduro es un gobernante anómico que no sigue el llamado
de masas organizadas sino a una camarilla (oligarquía estatal) que actúa de
acuerdo a su propia lógica. En ese sentido el Estado termina por convertirse en
una mafia entre otras. El concepto “Estado mafioso” sugerido por Moisés Naím,
calza perfectamente con las características del Estado venezolano a partir de
la era Cabello/Maduro.
El concepto de anomia tampoco se refiere a una
ausencia de democracia. Hay países no democráticos que no son anómicos. La
integración social destinada a conformar una sociedad políticamente constituida
es solo una posibilidad. Dictaduras militares, teocracias, e incluso sistemas
tribales, pueden fungir también como formas de organización anti-anómicas. No
es el caso del régimen de Maduro.
Cierto es que la ausencia de integración social
y política ha sido intentada superar por Maduro con la instauración de un culto
idolátrico a Chávez, pero ese objetivo interpela, cuando más, a los sectores más duros del chavismo, no a
toda la nación.
Por último debe ser dicho que la anomia se
refiere a un fenómeno de desintegración nacional, pero no a la de grupos
particulares. Los colectivos armados, los para-militares y los grupos
clientelísticos que rodean al gobierno de Maduro, se encuentran muy bien
organizados en sus interiores. Cada uno posee sus normas, sus códigos y sus
relaciones de lealtad. Para decirlo de modo simple, en el mundo de la anomia
cada organización trabaja por su lado, sin atender a la totalidad. Que entre
estos diferentes grupos hay rivalidades e incluso ajustes de cuentas, es una
verdad inapelable.
Así como ocurre con los trastornos individuales
en los cuales la desintegración del alma se expresa de modo sintáctico (pérdida
de la relación entre significantes y significados vigentes), en el caso de la
anomia también tiene lugar una pérdida de la relación entre las palabras y las
cosas. Las frases, medios de la política, pierden coherencia; cualquiera
afirmación puede ser verdadera o falsa; nadie puede confiar en lo que se dice.
El ejemplo viene de arriba.
Sin seguir el lema “gobernar es educar”, lo
cierto es que los personajes públicos, sobre todo los políticos, son un ejemplo
para sus seguidores. De este modo, si un presidente miente e insulta sin
continencia, su ejemplo tendrá imitadores. Como suele suceder, al ser
insultados, algunos opositores responderán con la misma moneda. Llegará así el
momento en que el clima estará tan enrarecido que la práctica política se
convertirá en algo imposible. Eso es lo que busca, y con insistencia, el
régimen de Maduro.
La política es antes que nada su discurso. Sin
discurso político no hay política. El chavismo, pero sobre todo el
post-chavismo, ha terminado por destruir a la gramática de la política.
Sin política, la sociedad no puede constituirse
políticamente. Allí donde no hay política solo impera la violencia; allí donde
hay violencia solo triunfa la muerte. Quién sabe si la muerte del joven Serra
es el triunfo de la anti-política, es decir, de la anomia política impulsada
por el propio gobierno militar. Solo si partimos desde esa premisa podemos
entender la brutal agresión llevada a cabo por Maduro en contra de la persona
de Jesús ‘Chuo’ Torrealba.
Torrealba es uno de los políticos más correctos
y queridos de Venezuela. Pero Maduro, sin mediar ofensa alguna, más todavía,
inmediatamente después de que el representante de la MUD hubiera extendido sus
condolencias al PSUV por la muerte de Serra, lo insultó con el epíteto de
“basura”. Así no mas. Como si nada.
Fue en ese momento cuando ‘Chuo’ Torrealba
mostró toda su clase política. Podría haber calificado de cobarde a Maduro pues
este lo insultó guarecido detrás de sus esbirros, no cara a cara como hacen los
hombres de verdad. Muchos esperaban esa reacción. Pero Torrealba no contestó
con otra agresión. Por el contrario: intentó entender, casi de un modo
psicoanalítico, la indigna ofensa de quien ejerce el cargo presidencial. Dejó
en claro, además, que Maduro está desesperado, muerto de miedo. Que mientras el
país se hunde en una crisis económica sin parangón, el mandatario busca
destruir la política con sus palabras de odio persiguiendo el objetivo de
reemplazarla por una confrontación violenta, es decir, por la anomia total.
Maduro es definitivamente una víctima de sí mismo. O de su propia anomia. O
quizás de Cabello, digno sucesor, no de Hugo Chávez sino de Mario Silva, el
injurioso de La Hojilla, el predicador de la anomia final.
La verdad, mirando desde lejos el panorama
venezolano, uno termina por llegar a la conclusión de que derrotar
políticamente al gobierno de Maduro será una tarea fácil comparada con la
inmensa tarea que significará devolver al país el don del habla, el discurso
político, el imperio de la ley y la práctica diaria de la decencia cívica.
Nota:
Sobre el concepto de anomia ver:
Durkheim,
Emile, La división del trabajo social, Ediciones Akal, Madrid 1987
Durkheim,
Emile, El Suicidio, Ediciones Akal, Madrid 1989
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