ANTONIO
LÓPEZ ORTEGA
La clase
intelectual
4 DE DICIEMBRE 2014
Muy en el
fondo de sus cavilaciones, la clase intelectual venezolana siempre se ha
sentido lejos del país. Puede pensarlo, soñarlo, añorarlo, criticarlo, pero el
crío siempre termina caminando hacia otro lado, buscando un horizonte agreste
con gesto inconsciente. Digamos que esa correa de transmisión nunca ha
funcionado: las ideas que se producen de un lado no llegan a la masa, y la masa
inmadura tampoco busca guía o señales. Hay quien ha visto en ese hecho
inconmovible el gran fracaso de nuestra educación, más que palpable en estos
últimos años: ni el maestro goza de entusiasmo para departir conocimientos ni
el joven alumno asimila nada distinto a imágenes dispares. Esa capacidad de
sembrar valores en los jóvenes espíritus nunca ha sido tarea fácil, pero desde
la Antigüedad griega los maestros eran verdaderas columnas de la sociedad, pues
mientras transmitían las grandes verdades culturales también enseñaban a
pensar. Hoy en día, sin embargo, en nuestro descoyuntado país, cualquier
iniciativa instruccional se topa de inmediato con la ignorancia crasa. En
términos generales, el pasado es una noción inexistente y el presente una
especie de combustión instantánea.
Muchos de
nuestros problemas, de nuestras taras, de nuestras inconsistencias, han sido
develados durante muchos años por nuestra clase intelectual. Ahí están el
retrato ominoso de Guzmán hecho por Ramón Díaz Sánchez, o la Comprensión de
Venezuela de Mariano Picón Salas, o el Mensaje sin destino de Briceño Iragorry
o los diarios carcelarios de Blanco Fombona. Nuestros grandes cuentistas se han
encargado de desmenuzar nuestra realidad física y emotiva, hasta llegar a
niveles insospechados. Y no se hable de nuestra gran poesía, capaz de atravesar
la materia para dar cuenta de nuestra cosmovisión y afanes. Ese tesoro está
allí, a la mano, pero nadie lo consulta, ni tampoco el gesto docente lo trae al
salón de clases. Si así lo hiciéramos, veríamos que nuestra tragedia actual
–minada por el caudillismo, el personalismo, el militarismo, el despotismo y la
corrupción– se asemeja a retratos de época. Para un lector atento o instruido,
los desmanes de hoy pueden ser los de ayer, calcados al pie de la letra en
muchos casos. Ya hemos tenido grandes frescos literarios que nos han hablado
del poder omnímodo y su rastro de sangre. De manera que esta película que nos
quiere mostrar hombres nuevos y socialismos del siglo XXI, en verdad nos habla
de hombres viejos, muy viejos, y de taras que se repiten. Vivimos en el reino
de la regresión creyendo que conquistamos el futuro.
Los libros
de nuestros intelectuales son señas de identidad indelebles o rastros que
brillan en el vacío. Sus vidas se abocaron a construir sentido, significación,
entendimiento y razón de ser, en la mayoría de los casos mucho más allá de
nuestra clase política, por lo general inconsistente. Cualquier página de este
legado coral, cualquier frase, le tapa la boca a las estupideces que a diario
pronuncian nuestros llamados representantes, artífices del rebuzne. Esas
páginas son nuestro consuelo, pero también nuestra tabla de salvación. Mirar
hacia el futuro es reencontrarlas, pues no hay mapa mayor del país integral que
ese legajo infinito de hojas macerado a través eza se entregaron a los otrosnf
f ermedad, la c mapa mayo del paupideces que a adiario oos al pie de la letra en
muchos casos de los siglos por venezolanos honorables. Vidas que desde el
exilio, la enfermedad, la cárcel o la pobreza se entregaron a los otros. Vidas
ejemplares sin saber que lo eran.
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