Los zombis
de la austeridad europea
JOSEPH E.
STIGLITZ
30 DE
SEPTIEMBRE 2014 - 12:01 AM
“Si los
hechos no encajan en la teoría, cambia la teoría”, dice el viejo adagio. Pero
muy a menudo es más fácil mantener la teoría y cambiar los hechos, o eso es lo
que parece creer la canciller alemana Ángela Merkel y otros líderes europeos
pro austeridad. Aunque los hechos siguen mirándoles a la cara, ellos continúan
negando la realidad.
La
austeridad ha fracasado. Pero sus defensores están dispuestos a cantar victoria
sobre la base de la evidencia más débil posible: la economía ya no está
colapsando; por lo tanto, ¡la austeridad debe estar funcionando! Pero si ese es
el punto de referencia, podríamos decir que saltar desde un acantilado es la
mejor manera de bajar de una montaña; al fin de cuentas, el descenso ha sido
detenido.
Sin
embargo, cada crisis llega a su fin. El éxito no se debe medir por el hecho de
que la recuperación se produce con el transcurso del tiempo, sino que se debe
medir según la rapidez con la que dicha recuperación se afianza y según cuán
extensos son los daños causados por la caída.
Visto en
estos términos, la austeridad ha sido un desastre total y absoluto, desastre
que se ha hecho cada vez más evidente a medida que las economías de la Unión
Europea se enfrentan una vez más al estancamiento, si es que no se enfrentan ya
a una recesión de triple inmersión, con un
desempleo que persiste en niveles récord y, en muchos países, con un PIB
real per cápita (ajustado según la inflación) en niveles que permanecen por
debajo de los niveles prerrecesión. Incluso en las economías de mejor desempeño,
como la de Alemania, el crecimiento desde la crisis de 2008 ha sido tan lento
que, en cualquier otra circunstancia, sería clasificado como pobre.
Los países
más afectados se encuentran en una depresión. No hay otra palabra para
describir una economía como la de España o Grecia, donde casi una de cada
cuatro personas –y más del 50% de los jóvenes– no puede encontrar trabajo.
Decir que el medicamento está funcionando porque la tasa de desempleo se ha
reducido en un par de puntos porcentuales, o porque uno puede ver un atisbo de
magro crecimiento, es similar a que un barbero medieval diga que una sangría
está funcionando, porque el paciente aún no ha muerto.
Extrapolando
el modesto crecimiento de Europa a partir del año 1980 hacia delante, mis
cálculos indican que en la actualidad la producción en la eurozona está más de
15% por debajo de donde hubiese tenido que estar en caso de que no se hubiese
producido la crisis financiera del año 2008, lo que implica una pérdida de
aproximadamente 1,6 millones de millones de dólares solamente este año, y una
pérdida acumulada de más de 6,5 millones de millones de dólares. Aún más
preocupante es el hecho de que la brecha se está ampliando, en vez de cerrarse
(como sería de esperar después de una crisis, cuando el crecimiento suele
típicamente ser más rápido de lo normal ya que la economía trata de ganar el
terreno perdido).
En pocas
palabras, la larga recesión está reduciendo el crecimiento potencial de Europa.
Los jóvenes, que deberían estar acumulando habilidades, no las están
acumulando. Hay pruebas abrumadoras de que dichos jóvenes enfrentan la
perspectiva de alcanzar ingresos durante su período de vida que llegarían a ser
significativamente menores que los que hubiesen alcanzado si hubieran llegado a
la mayoría de edad en un período de pleno empleo.
Mientras
tanto, Alemania está obligando a otros países a seguir políticas que debilitan
sus economías –y sus democracias–. Cuando los ciudadanos votan repetitivamente
por un cambio de políticas –y pocas políticas les importan más a dichos
ciudadanos que aquellas que afectan a su nivel de vida–, pero se les dice que
estos asuntos se determinan en otro lugar o que ellos no tienen otra opción,
tanto la democracia como la fe en el proyecto europeo sufren un deterioro.
Francia
votó a favor de un cambio de curso hace tres años. En cambio, a los votantes se
les ha dado otra dosis de austeridad pro empresarial. Una de las propuestas más
antiguas en economía es el multiplicador del presupuesto equilibrado –el
aumento de los impuestos y los gastos, uno tras otro, para estimular la
economía–. Y, cuando los impuestos se dirigen a gravar a los ricos, y los
gastos se dirigen a beneficiar a los pobres, el multiplicador puede ser
especialmente alto. Sin embargo, el llamado gobierno socialista de Francia está
bajando los impuestos corporativos y reduciendo los gastos –una receta que de
manera casi garantizada va a debilitar la economía, pero es una receta que gana
elogios provenientes de Alemania.
La
esperanza es que los impuestos corporativos más bajos estimularán la inversión.
Esta idea es un auténtico disparate. Lo que está frenando la inversión (tanto
en Estados Unidos como en Europa) es la falta de demanda, no los altos
impuestos. En efecto, teniendo en cuenta que la mayor parte de la inversión se
financia con deuda, y que los pagos de intereses son deducibles de los
impuestos, el nivel de impuestos corporativos tiene poco efecto sobre la inversión.
Del mismo
modo, se está alentando que Italia acelere la privatización. Pero el primer
ministro, Matteo Renzi, tiene el buen sentido de reconocer que la venta de los
bienes nacionales a precios de remate no tiene mucho asidero. Son las consideraciones
de largo plazo, no las exigencias financieras de corto plazo, las que deberían
determinar qué actividades se producen en el sector privado. La decisión
debería basarse sobre dónde se llevan a cabo las actividades de manera más
eficiente, sirviendo de la mejor manera a los intereses de la mayoría de los
ciudadanos.
La
privatización de las pensiones, por ejemplo, ha demostrado ser costosa en los
países que han intentado el experimento. El sistema de atención de salud
estadounidense que en su mayoría es privado es el menos eficiente en el mundo.
Estas son preguntas difíciles, pero es fácil demostrar que la venta de activos
estatales a precios bajos no es una buena manera de mejorar la solidez
financiera a largo plazo.
Todo el
sufrimiento en Europa –infligido al servicio de un artificio hecho por el
hombre, el euro– es aún más trágico por ser innecesario. No obstante que la
evidencia sobre que la austeridad no funciona, sigue en aumento, y Alemania y
los otros halcones han doblado sus jugadas relativas a dicha austeridad,
apostando el futuro de Europa sobre la base de una teoría que está
desacreditada desde hace ya mucho tiempo atrás. ¿Por qué se tendría que
argumentar con más hechos para demostrar este punto a los economistas?
Copyright: Project Syndicate, 2014.
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