Sin ética no hay país
Gustavo Coronel
Hay casos de rápida evolución que llaman a a la
admiración. Un japonés de cortos años hubiese podido ver los barcos del Almirante Perry entrar en la
bahía de Tokio y también hubiese podido asistir, ya hacia el final de su vida,
al acto de rendición de la armada imperial japonesa, a bordo del U.S.S.
Missouri, en la misma bahía. La visita de Perry tuvo lugar en 1854 y abrió las
puertas del Japón a las influencias occidentales. La rendición de Japón, en
1945, lo llevó a integrar el bloque de países modernos, afines al mundo
occidental . En esos noventa años Japón se convirtió de estado feudal en país
industrializado. Abolió el shogunato y restauró la dinastía Meiji, más o menos
por la misma época en la cual en Venezuela imperaban los hermanos Monagas y se
veía venir la Guerra federal (1859-1863). En ese lapso de unos 90 años
Venezuela progresó lentamente y, apenas en 1935, entró a la modernidad de mano
de Eleazar López Contreras y de médicos sanitaristas como Tejera, Gabaldon,
Baldó, García Maldonado, quienes derrotaron las plagas y epidemias que
caracterizan a los pueblos atrasados.
Todo un país, Japón cambió drásticamente para
mejorar, en el curso de una vida
humana. Todo un país, Venezuela, ha sido
destruido en apenas 15 años por una pandilla de hampones ignorantes e ineptos.
Y es que la involución lamentablemente
se lleva a cabo de manera mucho más más
rápida que la evolución. Construir es un proceso penoso y largo, destruir es un
acto breve de maldad.
El acto de construir requiere un liderazgo y visión perseverante en el
tiempo mientras que el acto de destruir apenas necesita de una poblada guiada
por los más bajos deseos. En Venezuela 1999-2014 la extrema rapidez de la destrucción y su
espantosa magnitud requirió una quiebra de la ética colectiva venezolana como
nunca la hubiéramos pensado posible. En el proceso de destrucción nacional han
participado: (1), los miembros del llamado
chavismo-castrismo, fanáticos empeñados
en retroceder al siglo XIX en pleno siglo XXI; (2), una gran masa de gente
pobre, ansiosa de salir de la pobreza rapidamente y dispuesta a dar lealtad a quien
se lo prometa, sin pensar que no hay salida a la pobreza que no sea por la vía
de la educación y del trabajo; (3), una
clase empresarial y bancaria de
apellidos conocidos pero podridos en cuerpo y alma que se ha llenado los
bolsillos de dinero petrolero a expensas del bienestar de la nación; (4), una
Fuerza Armada que se ha prostituído con una pasmosa facilidad, inclusive
incursionando en el tráfico masivo de drogas, convirtiendo al régimen en un
narco-estado; y, (5), una burocracia que ha aprovechado la ineptitud y la complicidad del poder para saquear el
tesoro público con total impunidad, demoliendo instituciones y violando
constitución y leyes.
Es hasta estadísticamente documentable que esta
gran masa de cómplices, unos con premeditación y otros acuciados por el deseo
de salir de abajo tomando atajos, constituyó en algun momento la mayoría en el
país. De otra manera no puede explicarse la rapidez con la cual se ha llevado a cabo el desastre. Aparejados a esta
gran masa hemos tenido grupos importantes de venezolanos que, sin convenir con
los métodos del régimen, han dejado que el desastre se lleve a cabo por
múltiples razones: indiferencia, flojera o deseos de seguir actuando frente al
hamponato con guantes blancos, como si estuviéramos bajo un sistema
democrático. Los venezolanos quienes han
defendido democracia y libertad con vigor y decisión, apegados a la
ética que aprendieron en sus hogares y de sus maestros, han sido hostigados por
enemigos y ni-nis, haciendo muy difícil que la nación encuentre el camino hacia
la recuperación.
La ética es una brújula, una guía para la
acción: no robar, no hacer daño, sumar al bien colectivo, manejar
cuidadosamente el erario público, ser buenos ciudadanos. Quienes llevan en alto
esa bandera ética están en minoría en Venezuela y es necesario enfrentarnos con
esa realidad. No podemos seguir rindiéndole pleitesía a las virtudes de la
pobreza o seguir excluyendo a quienes quieren progresar en aras de quienes
prefieren permanecer en el atraso. Los niños de la calle no son niños de la
patria ni los damnificados son dignificados. Son gente afligida que requiere
pasar de la categoría de desposeídos a
la categoría de ciudadanos. La pobreza es una enfermedad, no una virtud. La ignorancia no es una característica amable
y folklórica sino una terrible aflicción que genera hambre, enfermedad y
criminalidad.
Si la ética no prevalece, si no hay justicia
ejemplar para el crimen y la corrupción en Venezuela veremos llegar otros chávez y otros maduros y
seguiremos sin huevos.
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